Un sonajero para Catalina
Los objetos son herramientas muy potentes para acercarnos a la vida cotidiana de mujeres de las que quizás no sabemos nada más
Aquel septiembre de 1936, Carolina Muñoz, apodada Pitilina, llevaba en un bolsillo de su delantal negro un pequeño sonajero. Cuando la fusilaron a las cinco y media de la tarde aquel recuerdo de de su hijo Martín, de nueve meses, se fue con ella a la fosa donde acabó enterrada. Catalina no sabía leer ni escribir, pero sí firmar. La ficharon como una mujer de 1.51, morena, de pelo y ojos negros, que calzaba zapatos de suela de goma del número 36.
No se conserva ninguna foto suya, pero quienes trabajamos sobre la historia sabemos que los objetos hablan. El sonajero del pequeño Martín, tan colorido en mitad de una tumba desolada, nos cuenta la historia de una vida interrumpida en mitad de los juegos de un niño que nunca podrá recordar el rostro de su madre.