La cárcel donde se prohibía cantar y reír
Saturrarán, la mayor prisión de mujeres del franquismo
El post de hoy no tiene imagen. Porque sería imposible resumir en una sola el horror que se vivió entre aquellas paredes.
Esta es la historia de un espacio que pasó de balneario a convertirse en la mayor prisión de mujeres del franquismo, demolida en 1987. Demolido el edificio y demolida su memoria porque, ¿has escuchado alguna vez hablar de la cárcel de Saturrarán?
Resulta sorprendente que apenas se mencione su existencia en libros de textos o centros educativos cuando por sus celdas se estima que pasaron unas cuatro mil mujeres a lo largo de sus seis años de funcionamiento, entre 1939 y 1944.
Imagínate una cárcel en pleno conflicto bélico y en el primer franquismo. Un espacio, en el límite entre Bizkaia y Gipuzkoa, antaño lugar de veraneo para turistas adinerados, que terminó siendo destinado a funciones que poco tenían que ver con sus placenteros orígenes.
Si el contexto general de la España de la época era de por sí ya muy duro, unir a ello ser mujer y, además, mujer ideológicamente opuesta al régimen de la “Nueva España” significaba un pasaporte directo al más absoluto ostracismo. Muchas de ellas llegaron a Saturrarán tras la caída republicana del frente norte, siendo consideradas por su compromiso político elementos especialmente peligrosos para el nuevo orden.
Difícil conocer los nombres de todas aquellas que compartieron inanición, hacinamiento, malos tratos y enfermedades. La web Las Merindades en la memoria recoge algunos de ellos: Ceferina Aguilar Alfonso, ama de casa; Carmen Villa Gordón, que entró en la prisión con apenas veinte años… Se conocen retazos de aquella realidad que vivieron, como que ante la ausencia de camas, las reclusas dormían en el suelo, sobre hojas de maíz amontonadas; también se sabe que las obligaban a realizar trabajos forzados y que muchos de los niños y niñas que con ellas convivían o nacían entre sus muros terminaban en Auxilio Social, lejos de sus madres.
Con la II Guerra Mundial terminada, Saturraran cerró sus puertas como centro penitenciario. Sus reclusas fueron trasladadas a otras prisiones y la memoria de aquella cárcel donde se prohibía cantar y reír quedó sepultada en aquella bahía del País Vasco.