Esas histéricas insoportables
Lo que esta enfermedad nos cuenta sobre los cambios de género en el siglo XIX
En 1931, el médico gallego Roberto Nóvoa Santos, en el marco de los debates parlamentarios acerca de la concesión o no del derecho al sufragio a las mujeres en España, afirmaba: “¿Por qué hemos de conceder a la mujer los mismos títulos y derechos políticos que al hombre… El histerismo no es una enfermedad, es la propia estructura de la mujer, la mujer es eso: histerismo”. El vínculo entre medicina y control social, y particularmente la alianza entre la psiquiatría y los roles de género socialmente aceptados para uno y otro sexo quedaban aquí más que patentes.
El caso de la histeria es paradigmático: como puso de manifiesto Diana Chauvelot en su Historia de la histeria, estamos ante una enfermedad que siempre se ha amoldado a los usos y costumbres, a los modos de pensamiento dominantes en cada momento y a las preocupaciones de su época. Estamos ante un trastorno que alcanza su pico máximo de diagnóstico en el siglo XIX y que tiene, además, un marcado componente de género: durante toda esa centuria se aceptó que todos sus síntomas eran imputables únicamente al útero. Hablamos, pues, de una enfermedad exclusivamente femenina que, además, presentaba un claro componente sexual: el útero no tenía lo que deseaba, y su forma de manifestar dicho descontento era desplazándose de manera intempestiva por el cuerpo de la mujer y provocando, en consecuencia, las convulsiones y temblores que han pasado al imaginario colectivo asociados a dicho trastorno.
Considerar que la histeria es un trastorno y vincularlo, además, a la mujer de manera exclusiva hace que no nos encontremos únicamente ante una categoría médica, sino ante una enfermedad que es clara hija de su tiempo. Y esa época, el siglo XIX, implicó el inicio de una serie de cambios en los roles de género que fueron percibidos con temor por amplios sectores de la sociedad que desean que nada cambiase: algunas pioneras comenzaban a realizar trabajos remunerados, accedían a ciertos estudios, visibilizaban sus demandas.
Analizar a las mujeres que fueron diagnosticadas como histéricas nos permite averiguar mucho no solo de la sintomatología a la que se prestaba atención en esa época, sino también, y de manear destacada, del contexto social de su tiempo. El análisis con perspectiva de género de esta documentación es clave para comprender cómo algunas de aquellas mujeres, más que presentar un trastorno mental claramente definido, subvertían con su comportamiento los roles de género de una sociedad decimonónica en pleno proceso de cambio.