Curanderas en un lugar de La Mancha
Tisanas, ungüentos y saberes femeninos en Villarrubia de los Ojos
Hace unos meses Rosario Alises, médica y escritora, me hizo llegar su libro Pioneras del siglo XX en un lugar de La Mancha. Como mujer rural sentí una conexión inmediata con aquellas que desde el pueblo manchego de Villarrubia de los Ojos se habían rebelado contra el machismo de su sociedad desde los mismos inicios del siglo XX.
En uno de sus capítulos, Rosario cuenta algo que me resonó profundamente, como niña gallega cuyos esguinces fueron arreglados tantas y tantas veces por un componedor (un agricultor sin formación médica que sabía cómo poner mis huesos infantiles en su sitio y al que tanto tengo que agradecerle).
Habla Rosario de que en Villarrubia de los Ojos numerosas vecinas tenían conocimientos básicos en materia de salud. No se trataba, evidentemente, de conocimientos adquiridos en una universidad (como tampoco los de mi componedor), porque estudiar en esas aulas les estaba vetado como mujeres rurales y humildes de la España de inicios del siglo XX. Esos conocimientos se habían transmitido cuidadosamente de abuelas a madres y de madres a hijas, en un hilo femenino inquebrantable que unía la vida y la muerte, a las que en esos tiempos se miraba, creo, mucho más de frente que en la actualidad: nacían y morían terneros, vacas, niños y ancianos, y en todos esos procesos vitales las mujeres resultaban fundamentales: a ellas se encomendaban los embarazos y partos, ellas, como bien nos dice Rosario, “velaban por el bienestar de las personas ancianas y curaban las heridas de quienes se lesionaban trabajando en las duras faenas del campo y el ganado”.
Claro que sus conocimientos no solo partían de la observación: también tenían aliados en las hierbas de las tisanas y ungüentos, en la miel, las telarañas, el aceite de hígado, las secreciones humanas o los lodos, ingredientes de recetas transmitidas durante siglos en sociedades que puede que no supiesen leer y escribir, pero que tenían el conocimiento de la tradición, en buena medida femenina.
En su libro Rosario ha rescatado los nombres de curadoras manchegas y mujeres con especiales habilidades para remediar enfermedades, que recibían pacientes de lugares bien lejanos. Me encanta que haya puesto por escritos esos nombres y apellidos porque ellas son, sin duda, mujeres que no salen en los libros: Águeda García García, Catalina García Heras, Ángela Navalón, Martina Gómez, Catalina González, María Honrubia, Juana Andújar… No las vas a ver en ningún tratado, pero todas ellas mantuvieron milenarios saberes femeninos y, gracias a ellos, resolvieron dolencias en comunidades que poco o nada importaban para la medicina hegemónica de la época.