Carmen (una introducción)
Así comienza "Las locas que no lo eran", el ensayo literario que estoy terminando...
Mi ensayo literario Las locas que no lo eran está en pleno proceso de revisión y casi, casi terminado. Esta obra no es solo un libro sobre un manicomio olvidado en una tierra olvidada; es el relato, en sus propias palabras, de quienes lo habitaron, a través de sus cartas, objetos y fotografías. Es, pues, un ensayo que parte de la memoria de las mujeres "locas" que quedaron en los márgenes de lo considerado socialmente aceptable.
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Carmen (una introducción)
Estaba hermoso Baio aquella mañana. Carmen se había puesto su mejor vestido. No había muchos en casa de labradores, pero aquel era un día especial: papá le había contado que irían a Santiago. Raúl, el vecino, conduciría el único automóvil del pueblo para llevarlos. Carmen recordaba un único día en el que, de niña, había visitado Compostela. Cuánto había cambiado desde entonces… Ahora tenía 30 años y un hijo de cinco. Seguía viviendo en casa de mamá y papá porque, ¿quién querrá casarse con una madre soltera?
No importaba aquello entonces esa mañana. Papá no era muy detallista, y le sorprendió aquel regalo en forma de visita. También el abrazo de mamá, apretado como si fuera el último, largo como un día de verano. Al niño solo le dio un beso fugaz y la promesa de volver con caramelos.
El auto enfiló el camino hacia Santiago pero no se detuvo allí. Continuó avanzando, campo a través. Carmen no entendía a dónde iban, pero Raúl conocía el camino y la brisa cálida de agosto se colaba entre los cristales. Solo quería dejarse ir lejos de la monotonía del campo, de la miseria en casa, de las peleas familiares.
Se detuvieron ante un edificio enorme, de piedra. Los tres se bajaron del coche. Papá llamó a la puerta, y una monja abrió, seria y con mirada inquisitiva.
-Aquí está mi hija-musitó.
-¿A dónde me has traído, papá?
Carmen enfiló el camino de vuelta al auto, pero Raúl sujetó su brazo derecho. Desde dentro de lo que parecía un monasterio salieron otros dos hombres, con ropa de enfermeros.
Raúl apretó más fuerte, los dos hombres se acercaron con premura y la introdujeron casi en volandas dentro del edificio. Solo hubo tiempo para lanzar una última mirada a papá, que lloraba sobre el quicio de la puerta. Carmen nunca había visto así a papá. Y no volvería a verlo nunca más. Había sido recluida a la fuerza en un manicomio.
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