A Amparo D.V. me la imagino estilosa, caminando por las calles empedradas de Ourense con un vestido de vuelo y el pelo ondeando al viento. En su foto de carnet mira fijamente a la cámara con su pelo ya canoso. Se imagina un jersey a rayas que quiero creer de colores en medio de la penumbra de la sala donde la fotografiaron. Había sido mucho antes, un verano como tantos otros, el de 1928, cuando la llevaron a Conxo y la encerraron diagnosticada de “histerismo constitucional”. Tenía 30 años, estaba soltera y en sus cartas pedía jerséis de punto a la moda: “Yo no estoy loca, me trajeron aquí porque era un poco caprichosa”, decía, y quizás, solo quizás, resultaba de algún modo incómoda para un hermano apoderado del Banco Pastor en Vigo tener cerca a una mujer así.
Su historial médico no da información acerca de la evolución de su estado mental ni llega a explicar qué sucedió para que terminarse en un manicomio. Sí queda claro que no solo su hermano, sino toda la familia, se avergonzaban de cruzar las puertas de psiquiátrico para visitarla.
El 18 de julio de 1967 Amparo recibe una licencia trimestral y sale de Conxo. Habían pasado casi 40 años desde que protestaba por su encierro y desafiaba al médico con un sonoro “Aquí no hace usted la historia porque yo no estoy loca”. Para entonces, hacía muchos veranos que había dejado de pedir jerséis a la moda.
La historia de Amparo forma parte de Las locas que no lo eran, un libro sobre un manicomio olvidado en una tierra olvidada y el relato, en sus propias palabras, de las mujeres que lo habitaron.